AGENCIA MANACORNOTICIAS 04/06/2020 - 06:08:00 |
Para cuando el Govern Balear va implantar un protocolo para liberar de su encierro a nuestros seres más entrañables y frágiles. Después de casi tres meses este confinamiento no lo aguanta más que ellos. |
Editorial: Ayer recibí con gran alegría y entusiasmo las informaciones sobre el premio Princesa de Asturias de la Concordia para los sanitarios españoles. La “entrega incondicional” y el “heroico espíritu de sacrificio” mostrado por los profesionales sanitarios que se han enfrentado desde la primera línea a la pandemia mundial de la covid-19, fueron reconocidos ayer y premiados por un jurado muy exigente.
Me acordé emocionado de mi sobrina Zaira (la hija de mi hermana Mercedes) que ha estado sin faltar ni un día dando la cara contra el Coronavirus y ayudando a los enfermos. Y ahora que no hay COVID-19 a recuperar el día a día, las enfermedades y operaciones ordinarias que dejaron pendientes por la emergencia. No piensa en vacaciones, ni descansos. Son de otra pasta.
El galardón se dirige a los profesionales de la medicina, enfermería, celadores, empleados/as de limpieza, ambulancias, auxiliares, cocinas hospitalarias y el resto del personal sanitario que han atendido directamente a los pacientes contagiados y han realizado su labor desde que comenzó una emergencia sanitaria.
“Expuestos a una alta y agresiva carga viral, su entrega incondicional, haciendo frente a largas jornadas de trabajo sin contar, en ocasiones, con el equipamiento y los medios materiales adecuados, según quejas de organizaciones profesionales y sindicales del sector, representa un ejercicio de vocación de servicio y de ejemplaridad ciudadana”, destaca el jurado.
Ellos en solitario han acompañado a los miles de muertos, según varias fuentes (funerarias, INE, registro, sobre 43.000 fallecidos), y a enfermos curados. Fueron las últimas personas que les dieron la mano, que les hablaron para tranquilizarles, que pasaron grandes veladas con ellos hasta que se apagaban. Además del drama del trabajo casi sin protección, esas despedidas te rompían el corazón. Me han contado de primera mano que era muy duro, pero cada mañana sonaba el despertador y había que ir al Hospital porque tienen un compromiso con la vocación, muchos de ellos con sueldos de miseria y hambre.
Quienes también necesitan un reconocimiento como una catedral son nuestros mayores de las residencias, geriátricos, centros de rehabilitación, hospitales de día. Han estado confinados y ahí siguen desde el pasado 13 de marzo de 2020, son muchas semanas. Primero casi dos meses prácticamente sin salir de la habitación, luego alguna videoconferencia con familiares directos y hace pocos días salen unos minutos a tomar el sol, con visitas de 20 minutos cada dos semanas, donde puede ir un familiar a verlos, bajo vigilancia permanente. Eso en lugares sin ningún infectado por el COVID-19. Donde ha habido algún contagio todavía están encerrados casi por completo.
Para cuando el Govern Balear va implantar un protocolo para liberar de su encierro a nuestros seres más entrañables y frágiles. Después de casi tres meses este confinamiento no lo aguanta más que ellos. Una prueba más de la vida a unos héroes y heroínas anónimas que nos han dado de nuevo una lección.
Me dijo una doctora de una residencia, se han hartado a llorar en la intimidad de su dormitorio. Pero nunca han dado indicios de flaqueza. Ahora bajan al patio a tomar el sol, hacen algunos ejercicios y respiran un poco aire natural, es importante activar la vitamina D. Pero no llegan las visitas normalizadas, las salidas y otras libertades que son más que necesarias. Con prudencia y vigilando en todo momento, pero hace falta que nos pongamos en su piel. Que a día de hoy sigan ahí cerrados es muy grave, inhumano, injusto. Les miran la temperatura, les hacen analíticas, se cercioran que los pocos que llegan a cuentagotas estén en perfecto estado sanitario y libres del virus.
Pero siguen sin asistir a los comedores comunes, en sus habitaciones la mayoría del tiempo. Los empleados/as de las residencias hacen lo imposible para animarlos, hasta se disfrazan de los payasos de la sonrisa, hacen de DJ, practican el optimismo hasta el final de la jornada y se esmeran en delicadezas. Pero nuestros mayores están tristes, se hace muy largo seguir aguantando la soledad absoluta. Rafael Gabaldón San Miguel.
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